Y es que el cine de George A. Romero es un zombie. No un cine de zombies, no, que eso ya lo sabemos todos. Es un cine muerto, pasado, acartonado, que ha vuelto del pasado para seguir dando mordiscos con paso torpe.
Romero pertenece al siglo XX. Es de otro mundo. Cuando empezó a narrar dio a luz a todo un género, aunque fuera a base de copiar (solo hay que ver Last man on earth, con Vincent Price de protagonista, para darse cuenta que La noche de los muertos vivientes no es tan original como parecía). Pero el género le ha rebasado, atropellado y enterrado. Y lo único que hemos hecho los fans (porque yo tambien me considero fan) es rescatar a nuestro querido George de su tumba y enderezarlo para que vuelva a andar. Pero sus películas deambulan vacilantes, descompuestas, en medio de un género más vivo que nunca.
La tierra de los muertos era, al menos, autoparódica y divertida. Diario de los muertos da como penilla, porque es como esas señoras mayores que se visten con ropas de quinceañeras porque no quieren aceptar que sus carnes cuelgan de todas partes.
Romero quiere ir un paso más allá con el uso de la cámara al hombro, cuando pelis como Holocausto caníbal, El proyecto de la bruja de Blair, Monstruoso o Redacted han ido evolucionando el género. Por no hablar de la referencia más directa que es REC, de Jaume Balagueró y Paco Plaza, en la que se vive una infección zombie en primera persona.
Diario de los muertos quiere y no puede basarse en ese recurso. Intenta hacer un collage pero las piezas no encajan, y el punto de vista hace aguas por todos lados. La inclusión de algunas escenas montadas menguan la sensación de immediatez, por ejemplo. La imagen nítidamente telefílmica la convierten en producto televisivo de madrugada. La excusa argumental es insuficiente y no se sostiene.
A partir de aquí, la película avanza con un ritmo asincopado, con un montaje malísimo y con la sensación que te da igual lo que les pase a los protagonistas. De acuerdo que en las pelis de zombies casi siempre te acabas poniendo del lado de los no-muertos, pero no debería ser tan evidente. Romero nunca ha sido sutil, y siempre ha dejado claro que en sus películas hay cierto mensaje socio-político. En Diario de los muertos ese mensaje flojea porque es vago y difuso. Ya me imagino que quiere denunciar la frialdad de los media ante acontecimientos dramáticos y su influencia en ellos. Pero Romero no se explica bien.
No todo es malo. Hay un par de ideas conseguidas. Incluso el tramo final, cuando ya ha pasado el enfado por incluir fx digitales en los chorros de sangre (de los más baratos del mercado) tiene cierto interés. La idea de almacenar los familiares muertos dentro de una piscina llena de donde no se pueden escapar es lo que más me ha gustado de un film que, como va demostrando Romero con los años, ha vuelto de su tumba para morder a los incautos.