domingo, noviembre 19, 2006

Minutos musicales: Naked Ape



Llamadme necrófilo!

Ike el Soso


Ike Pynchon trabajaba como comercial en una corredoría de seguros en Wichita. Soltero, sin aficiones conocidas, Ike era conocido por sus compañeros como El Soso. De vez en cuando solía visitar a su madre, a la que llevaba ciruelas de su jardín. Ella siempre decía: no me traigas ciruelas, traeme nueras.
Un martes por la mañana Ike fue mordido por un indigente en el aparcamiento del Seven Eleven donde había ido a comprar zumo de grosella y pastelitos rellenos de crema de cacahuete. Esa misma noche muró, y a las pocas horas deambulaba por Wichita en busca de carne humana. Ike lo tiene fácil: la gente no le teme al verle acercarse. Todos le miran por encima del hombro, sonríen y murmuran: mira, es Ike el Soso. Nadie se percata de su quijada bañada en sangre y vísceras hasta que es demasiado tarde.

martes, noviembre 14, 2006

El diario de los muertos.

Si ayer hablábamos deel remake de La noche de los muertos vivientes, hoy hablaremos de lo que vendrá a ser la nueva entrega de la ahora pentalogía. El diario de los muertos, que ya se está rodando, narra la historia de unos jóvenes que van a un bosque a rodar una peli de terror y se encuentran con los queridos amigos podridos. Si es que están por todas partes.
¿Estará rodada al estilo Bruja de Blair? Le daría bastante realismo al asunto, como en el final de Amanecer de los muertos o Los últimos días de Andy. Esperemos un poco más, a ver qué nos depara..


lunes, noviembre 13, 2006

Llega una nueva dimensión...

...del frikismo. Porque nos llega otro remake de La noche de los muertos vivientes. Pero claro, algo tiene que tener para pasar los controles. Y ese algo es las 3D.
Creo que desde el experimento en las salas con la muerte de Freddy, no se ha hecho una peli en 3D. De hecho, ni siquiera sé si se estrenará en los cines o irá directamente al IMAX.
El maquillaje al estilo thriller, el guión vete tú a saber, pero los momentos de estar como un memo con tus gafitas de colores viendo como una plaga de zombies rompe las ventanas y alarga los brazos a dos centímetros de tu cara, ni se te ocurra perdértelo.



Refugio

Él es diferente.

Susana pasea por la casa, deshabitada, en silencio, en la penumbra de la tarde. El invierno se acerca más rápido este año, y las noches serán más duras. El televisor acumula polvo, las lámparas están rotas, las cañerías apestan a agua estancada. Ya nada es como antes, pero Susana vuelve una y otra vez. En la tribu no la echarán de menos, al menos en cuatro o cinco días. No es la única que desaparece. La mayoría vuelven, con el ánimo hundido y provisiones. Algunos no regresan. Otros, los menos, desandan el camino, pero ya están muertos.
Oye un ruido, leve, que le eriza el vello. Es él. Pero debe confirmarlo. Desenvaina el machete y se dirige a la ventana del comedor, que tiene los cristales rotos. Está segura en esa casa, la protegió con tabiques y maderas alrededor del jardín, sobre el muro de hormigón. Y ellos no saltan. Pero la primera regla de la supervivencia es no dar nada por sentado. La segunda es llevar el machete siempre encima. Echa un vistazo y no detecta movimiento. Agudiza el oido. Murmullos. Gemidos. Gritos ahogados. Llega un momento en que no los oyes. El canto de los muertos es constante, de día y de noche. Susana es fuerte, pero en su tribu ya ha habido tres suicidios. Manuel, el carnicero, quién lo iba a decir. Salió corriendo hacia ellos. Tenía una pistola, se podía haber volado los sesos, pero prefirió no derrochar la munición de los que quieren seguir con vida. Manuel era un buen tío, y fuerte. Tuvieron que disparar dos cartuchos con la escopeta para acabar con él, al día siguiente. Joder, ni siquiera puedes usar la palabra matar, porque ya estaba muerto. Susana abre la puerta y sale al huerto, donde arranca un tomate. Le escupe y lo frota con el pantalón. Ropa ajustada, regla número tres. De un mordisco se lleva la mitad, y el jugo le resbala por la comisura de los labios. Se pregunta si ellos sentirán lo mismo. Luego se pregunta por qué estará haciendo ruidos, en el sótano. Él nunca duerme. Solo forcejea.

Él es diferente.

No hay luz, pero se sabe el camino de memoria. Susana recuerda las películas que vio de cría, con sus amigas. Entonces gritaba cuando el protagonista bajaba al sótano, a comprobar los fusibles, y el asesino o el fantasma le esperaba entre las sombras. Ya no hay motivo para gritar. Eso les alertaría, y los reuniría junto a la casa. Luego sería más dificil salir. Hay que ser pragmático. Y sin embargo no puede evitar que un escalofrío le recorra el espinazo, recordándola que aún sigue viva. Él intenta librarse de las correas y las cuerdas cuando ella llega. Su piel está oscura, lleno de mugre, sangre y cortes. Ya no es el chico apuesto que Susana conoció en la universidad, antes de la llegada del infierno. Los ojos desprenden ira y miedo, y bajo la mordaza rezuma bilis. Ella se sienta enfrente, en la mecedora de madera de la vieja propietaria de la casa, fuera quien fuera. Le mira, mientras acaricia la hoja del arma, simulando despreocupación. ¿Qué nos diferencia, Bruno? Le pregunta, y él dobla los esfuerzos para alcanzarla. Apenas les separan un metro y medio de ansiedad. Él parece articular palabras, pero solo son ruidos inconexos. Más o menos como cuando Susana lo encontró en su caravana, con Eli. Se supone que en estas circunstancias los lazos se estrechan. Se supone que él tenía que estar allí para protegerla, para cuidarla. Se supone que era su hombre. Susana no se quita de la cabeza la imagen de Bruno follándose a Eli como un animal, sin percartarse de su presencia. Aprieta el mango del machete. Es Eli la que reacciona y le aparta, pero él embiste, se ríe, y persiste, como hace ahora, atado a la pared, con la ropa rota y las heridas abiertas sobre la carne.

Él es diferente.

¿Crees que me costaría acabar contigo? Susana mató a su hermano pequeño. Fue el día anterior a la llegada del infierno, cuando aún no se sabía nada. En realidad, no se ha avanzado nada desde entonces: los muertos vuelven a caminar, y atacan a los vivos. Solo se puede terminar con ellos destruyéndoles el cerebro. Es por eso que los palos, los machetes, las maderas o las mazas van tan bien. Las armas de fuego escasean, y la munición es nueva moneda de cambio. Pero el día del infierno no se sabía nada de eso. Jaime, el hermano de Susana, volvió del colegio. Un hombre le había mordido por la calle, pero él había podido huir. Jaime se había quedado dormido sin comer. En la televisión avisaban que en los ambulatorios y hospitales acudía la gente en masa. Se desconocía el virus causante de la enfermedad, pero se pedía que no se colapsaran los servicios de urgencias si el caso no era muy grave. Por la mañana siguiente, Jaime despertó a Susana. ¿Has tenido una pesadilla? Jaime intentó morderla y Susana lo apartó de un manotazo. No bromees. El gemido del crío la asustó, y fue a buscar a su padre. Cuando llegó al dormitorio gritó. Un charco de sangre cubría las sábanas, y un reguero de tripas serpenteaba sobre las baldosas. Al dar media vuelta, vio a Jaime con más claridad, en el umbral de la puerta. Pálido, con la boca abierta y roja como una rosa sobre la nieve. Pegados a la mejilla, cachitos de la carne de su padre. Susana no recuerda haber llorado, pero los ojos le dolían como si hubiera aspirado salfumán. Cuando Jaime se abalanzó sobre ella, intentó esquivarlo, intentó hablarle, intentó detenerlo, sujetándole de las muñecas. Pero Jaime solo mordía y mordía y mordía. Cuando Susana lo empujó contra la mesa, Jaime se golpeó en la cabeza, y cayó como un peso muerto. Al acercarse, temblorosa, el niño miraba el techo, pero estaba inerte. Ella le abrazó, y vio el craneo hundido. Pero no sangraba.

Él es diferente.

No le había costado atraerlo hasta aquí. Después de que Bruno y Eli desaparecieran de la tribu, Susana se dedicó a cazar a los muertos. Salía junto a Javi, y eliminaban a todos los que encontraban en los alrededores del campamento. Era como un deporte, en el que Javi y ella competían por cual de los dos daba pasaporte a más caminantes. Por eso, cuando unos meses después encontró a Bruno, trazó su plan. Lo capturaría y lo encerraría en su particular refugio. Ella misma sería el mejor cebo. Cuatro días más tarde, Susana se mecía frente a su antiguo novio.
Prometiste que me cuidarías. Prometiste que me amarías. Prometiste que nunca me dejarías. En la oscuridad, Susana percibe que Bruno deja de sacudirse. Se levanta y se va al piso superior. Se prepara una cena con las verduras y una lata de anchoas en conserva. Controla los accesos, y todo parece en orden. Se echa en el sofá y se queda dormida.
Un ruido la despierta por la mañana. No sabe qué hora es pero tampoco importa. Los relojes ya no tienen sentido en este mundo. Mira por la ventana, y ve que tras los muros se empiezan a agolpar algunos muertos. Es posible que la huelan. Es posible que huelan a Bruno. Tiene que darse prisa si quiere volver a la tribu sin problemas. La bicicleta está recostada sobre las pilas de libros de un despacho. Susana prepara una mochila con comida y se dirige a la puerta. Lo repiensa, da media vuelta, y se encamina al sótano. Bruno gime y se agita. Bruno nunca duerme. Susana sostiene el machete con fuerza, pero sus manos sudan en abundancia. Está nerviosa. Muy nerviosa. Se acerca a Bruno, le aproxima el hierro a la cara, y con un gesto seco le arranca la mordaza.
¡Hija de puta!
Susana le clava la hoja sobre la ceja derecha, y ésta se hunde con un crujir de huesos. Repite la embestida. Una vez. Otra. Y otra. Cesan los espasmos en Bruno. Y luego otra.

Él era diferente.

jueves, noviembre 09, 2006

No profanar el sueño de los muertos (2ª parte)

Y donde digo Guthrie digo Saddam Hussein, porque el ahora barbudo iraquí parece ser que está detrás de la oleada de muertes en este pueblucho del midlands inglés, donde solo viven un matrimonio raro de tio cabezón con mujer toxicómana, la dueña de un hotel con su hija con síndrome de down, tres trabajadores del departamento de agricultura, una conserge de hospital, un juez, un médico, un inspector de policía y seis agentes.

Saddam, colgao por la carne fresca


La historia adquiere tintes hitchcockianos cuando el hijoputa del inspector se empeña en cargarle el mochuelo al pobre Nick Nolte/Brad Pitt, convirtiendo un cuento de zombies en la clásica persecución al falso culpable. En este ambiente opresivo (nótese el sarcasmo), Brad Nolte y Rosario Mohedano (la que confunde las marchas) se van con el coche a un cementerio, a vete tú a saber qué hacer. Es de todos conocido que los cementerios de la campiña inglesa tienen mucho de gótico y macabro (llamad a Conan Doyle y que os lo cuente él), y por eso deben ir allí, porque si fueran a la panadería la cosa perdería gracia. Un agente de policía les sigue, con tan mala fortuna que será el único que no salga con vida del camposanto. Resulta que a los muertos les ha dado por levantarse, y despertarse con un humor de perros. Nuestros intrépidos (a la par que sosos) protagonistas se encierran en la iglesia cuando ven que Saddam (con su título de animador social en la mano) monta la Fiesta de las Lentillas Rojas. Total que estos zombies además tienen muy mala idea, porque se ayudan entre ellos para alzar lápidas o forzar la puerta. El poli, en un alarde de inteligencia, sale a buscar su walkie para pedir ayuda. Lo consigue, pero nadie le oye, y su gesta heroica solo sirve para que un anormal muerto de estos le aplaste la pierna con una lápida de cartón piedra. Entre todos le desgarran la piel y a bocados se lo reparten. Lo que pasa es que a los muertos no les han enseñado a comérselo todo antes de pasar al siguiente plato, y cuando llevan medio hígado ya vuelven a acosar a Brad y Charo, que ponen cara de no estar pasándolo muy bien en esa fiesta. Estos zombies no mueren de un impacto cranial, sino quemados, como descubre Brad Nolte, y como está dispuesto a hacérselo saber al mundo. Pero cada uno por su lado, ojo. Ella coge el mini y se va a algún sitio (la narrativa no es el prodigio de este film, amigos), y él coge el coche y... las llaves las tiene el poli muerto! Pues nada, corre que te corre a la máquina ultrasónica, donde se enfrenta a los señores del mono blanco y les jode el cacharro.
Los zombies no entienden de glamour

Parece que no sirve para mucho, porque a ella se le ha hecho de noche (lo de esta mujer con los coches es tremendo), y se ha metido en una carretera con mucha niebla. Y donde hay niebla hay muertos con hambre, así que sale su cuñado para echarle un bocado, pero ella que tampoco es tonta del todo, sabe que eso no puede ser bueno, y huye.

A todo esto aparece el juez por primera vez, y resulta que es Tristanbaker. El lumbreras, al ver el cuerpo masticado del policía, se inventa la teoría que esto lo han hecho sectas satánicas. Al inspector le falta el tiempo de acusar a Brad Nolte de satanista y salir a su caza.

El juez Tristanbaker y su amigo, el Inspector Joputa


No se entiende mucho como vuelven a estar juntos la parejita ideal, solo vemos que ella está muy asustada y confunde a la niña del síndrome de down con un zombie, y ya vamos viendo que los problemas de toxicomanía de su hermana igual no son los únicos problemas de la familia. Él va para el cementerio (que ya son ganas), y los polis le tienden una trampa cutre y le detienen. Le encuentran en el macuto (¿qué macuto?) unas figuritas satánicas, y él dice que es vendedor (¿desde cuando?) y que el Diablo está de moda (cielos, ¿otro yonki suelto?), así que cava su propia tumba (no literalmente, pero poco le falta).

Charo Mohedano va a ver al hospital , donde el Peter Cushing hidrocefálico tiene encerrada a su hermana. Allí tambien llevan al cuñado (qué mal gusto, toda la familia pudriéndose en la misma planta), que se despierta y resucita a dos muertos para que le hagan compañía (se ve que los muertos no soportan la soledad, y necesitan compartir la comida). Juntos se zampan a la conserge, que parece la recepcionista de Luz de Luna. Pero ojo como se la zampan: se reparten una teta para ti, los genitales para mi, el ojo para ese...

El que parte reparte y se lleva la mejor parte

A Brad Nolte ya todo le da mucho mal rollito y va al hospital (en dirección contraria tendría que ir, a salir del pueblo bien lejos, pero como es ecologista...), donde ya está todo el pescado vendido. Incinera a los muertos, pega un par de hachazos, y rescata a Charo... ¡que se ha convertido en uno de ellos! Pues hala, a la barbacoa.

El inspector de policía, que le tiene ganas, aparece y mata a Brad Nolte como en el final de La noche de los muertos vivientes, con unas gotas de Peckimpah, si cabe.

Pero el twist final, que se ve a la legua, es que Brad Nolte resucita gracias a la recién reparada máquina ultrasónica, y mata al inspector estrangulándolo (que es la técnica favorita de estos zombies, que lo sepais).

Moralina: no profaneis el sueño de los muertos, que tienen muy mal despertar.


martes, noviembre 07, 2006

No profanar el sueño de los muertos, de Jorge Grau (1ª parte)

Aparte del cine de Jess Franco, con sus habituales orgías de sangre y sexo, fueron otras las películas nacionales que intentaron hacerse un huequecito entre el cine de terror, aprovechando el filón zombie que George Romero había abierto unos años atrás.
¿Y qué es lo que tenemos aquí? Pues una producción española, con una ayudita italiana y filmada en Inglaterra.
Ahí empieza la película precisamente con otro pseudo Nick Nolte de esos tan de moda y que tras salir de su oficina (que vete tú a saber de qué es, porque vamos) pone un letrerito que te llama la atención porque por una parte pone abierto y por la otra Cerrado por vacacaciones, con lo que deducimos que este hombre se va constantemente de vacaciones o que tiene un letrerito diferente para cada ocasión.
Se monta en su moto y se lanza por las calles de la ciudad, con planos generales y detallados a la par. Uno se empieza a pregunta ¿Y de verdad esto es una peli española? Pues no lo parece. Y claro, como contestando a tu pregunta, aparece una tía que de buenas a primeras se despelota en plena calle. ¡Ah, sí! Es española.
Planos muy bonitos de la campiña inglesa hasta que llegamos a una gasolinera, donde una mujer que intuimos que se acaba de sacar el carnet (porque confundir primera con marcha atrás es difícil) le atropella la moto. Bueno, no pasa nada. ¿Vas a X? No, voy a Y. Pues ahora vas a X, y aparta que yo conduzco. ¡Zas! Este tipo no ganaría un concurso de buenos modales, porque borde es un rato. Y lo que mola.
Tras unos instantes de conversación, llegan a la encrucijada en la que uno tiraría para un lado y el otro para el otro (qué mal suena), pero como sólo hay un coche, él decide acompañarla hasta la casa donde vive su hermana con el marido.
Atentos, que ahora viene el origen de los despertares: llegado a un punto donde no saben por dónde ir, él se baja para ir a preguntar a una granja cercana. ¡Quédate en el coche! ¿Conoceis alguna mujer que os haga caso cuando le dais una orden? Pues ésta no iba a ser menos. Nick se acerca al granjero, que está con un par de tipos probando un nuevo matabichos, que lanza ondas ultrasónicas (¡ahhhhh! por eso era, pillín). Aquí vienen algunas borderías más, y mientras, ella está fumando cerca del coche y se acerca un señor con unos andares como de jockey y con una lentillas de fantasía. Socorro, socorro. Ay, que me caigo al río.


No les quedaban las blancas.

Por supuesto, cuando la ayuda llega, no hay ni rastro del zombie. Habrá sido Guthrie, dice el chisposo granjero antes de explicar que era un vagabundo que se ahogó la semana anterior. Ella queda convencida porque dice que sí, que llevaba la ropa mojada (ya sabemos que el agua de Inglaterra no se seca hasta pasadas dos semanas mínimo).
Vuelta al camino y cambio de lugar a la casa de la hermana y esposo (¡Coño, si yo a éste lo conozco!). Un buen cuadro familiar, donde él se va de noche a hacer fotos a una cascada y ella decide preparse un pico, pero no se lo va a poder chutar, porque en esto llega "pies ligeros" Guthrie, que ha tardado menos andando a lo zombie que los otros en coche. Y no sólo eso, sino que por mucho que corra, siempre que mire hacia atrás lo tendrá pegado al culo. Bueno, el resultado es que al señor que conocemos de las series de por aquí se lo zampan para cenar y, de nuevo para cuando llega la ayuda, "pies ligeros" ha volado.

Así queda nuestro amigo.

Ahora se nos introduce un nuevo personaje, el de poli malo malo que no tolera que nadie le chulee, y menos dos hippies de mierda. Para él, la esposa lo ha matado, así que al psiquiátrico.
Tras robarle a la poli el carrete de fotos del cadáver, por si ver si sale el agresor, se registran en una posada y se van al hospital a ver a la hermana. Allí se entera Nick de que últimamente los bebés nacen con muy mala hostia y muy agresivos (a saber cómo quedarán las tetas de las madres).
Vuelta al aparato de ultrasonidos, acompañado por un doctor, donde les explican cómo funciona: afecta al sistema nervioso de los insectos, que es poco desarrollado, y por lo tanto al nuestro no lo afectaría. Pero claro, bebés y muertos no lo tienen tampoco desarrollado, así que... (qué efectos tan diferentes para 3 casos: muerte, agresividad y resurrección).
El carrete no revela nada, porque claro, los zombies no aparecen en las fotos. Tras preguntarle al dependiente si tiene una foto de "pies ligeros" Guthrie, les enseña la del periódico donde salía su cadáver ahogado. Dios mío, es él.

Continuará...

lunes, noviembre 06, 2006

Estallido en India

Nos han llegado notícias de un preocupante estallido zombie en la zona de Nueva Delhi y barrios limítrofes. Al parecer, han sido avistados vampiros, también, pero solo una filmación nos da fe de la cruenta irrupción de muertos vivientes en el lugar.


viernes, noviembre 03, 2006

Con un poco de tinta y acuarela.

Como no todo en este blog son películas, pero sí zombies, os dejo un dibujo que hice ayer, que tardó más en secarse que en hacerse. Lápiz, tinta china y un poco de acuarela líquida fue suficiente para ilustrar uno de nuestros queridos personajes. Que lo disfruteis.